Y entonces, aquella dama se quedó observando al caballero que ataba con cautela las riendas del caballo.
Aquel caballero al que nunca pensó amar, aquel individuo que supo darle todo con tan sólo mirarla. La dama se sintió extrañada, pues el príncipe acababa de descender del carruaje, se había aproximado a ella y le propuso que cabalgaran juntos, tenía que decirle algo importante, el príncipe tomó su mano, pero ella la rechazó, retrocedió unos cuantos pasos y se limitó a bajar la mirada, se hallaba frente al hombre que había amado, pero también se encontraba el amor de su vida frente a ella.
¿Qué podía hacer?
Recordó cuando el príncipe la pretendía, en ése entonces ella había sido de la realeza, pero había sido demasiado presuntuosa como para permitir que un hombre de la categoría del príncipe se acercara a ella. A pesar de ello el chico se mostró insistente y perseverante, con pequeños detalles se fue ganando su corazón y con un dulce beso unió sus almas. Su amor fue verdadero, pero por un arranque de furia por parte del hermano de la dama su amor no pudo continuarse. Malos entendidos y paranoias llenaron a la dama, quien se tornó agresiva con el príncipe, decidió alejarse de él, partiéndole así el corazón.
Cuando la dama volvía a ver al príncipe, sus piernas temblaban, no podía estar frente a él, pues los sentimientos aún existían. Ella se derrumbó cuando le vio al lado de una bella mujer, más joven y atractiva que ella, al parecer más perseverante, más cariñosa y comprensible de lo que podría haber sido. Lloró tantas lágrimas que incluso dejaron de caerle, el hombre al que amaba era ahora amado de una manera más fructífera.
Transcurrieron los años, el príncipe se mantuvo al lado de aquella mujer, mientras la dama intentaba hallar a un reemplazo en su corazón, teniendo siempre en mente que jamás hallaría a alguien mejor que él.
Fue un día como cualquier otro cuando ella lo perdió todo, pasó a ser una plebeya más en el lugar y conoció a todos allí, supo hacerse de buenas amistades y logró incorporarse de una buena forma, sin embargo había perdido su esencia real, no era ni una cuarta parte de la grandiosa mujer que era antes, todo en ella estaba volviéndose putrefacto.
Los recuerdos claros de una mañana en la que caminaba, donde divisó un grupo de hombres, mirando a un joven pequeño y de postura elegante, le atrajo, ignorando por completo a los demás. Acercóse con cautela al lugar, e inició una charla digna de recordar. Un caballero tomó sus cosas y se retiró del lugar, ignorando también a la dama que se hallaba. ¡Cuándo iba a pensar ella que fue éste caballero el hombre que la amaría con una locura incomparable!
Fue tiempo después de ese suceso cuando decidió tratar al hombre, que con su bella mirada la hacía sentir de maravilla, supo encontrar a un amigo en él, alguien en quien confiar en medio de su miseria. Sin notarlo se envolvió en el con tanta delicadeza que un movimiento brusco hubiera desgarrado su esencia. Sin embargo él era un hombre de guerra, que hacía tiempo había visto el lado más mortífero de las cosas, que guardaba en sí un gran peso, un grito silencioso que ansiaba que escucharan, pero que procuraba no sucediera. Solía encerrarse en sí mismo, sin dejar que ella pudiera comprenderlo. Tenía un alma hermosa, pero herida, justo como la de ella, pero con la gran diferencia de que esa herida no había sido causado por su persona, si no por alguien amado.
El caballero la miró de frente y la dama no pudo contenerse, notó que amaba al hombre que se hallaba delante de ella, después de coqueteos se lo hizo saber y pudieron establecer una bella relación, tan bella que olvidó incluso al príncipe. No había hallado a un reemplazo, había encontrado un corazón.
La mano del príncipe seguía extendida, hacía poco tiempo que había buscado a la dama, habíale dicho que siempre había sido suyo, que nadie podría ocupar su lugar, le recordó una carta que hace años había escrito ella donde afirmaba que siempre lo amaría. En aquel momento, sentimientos que parecían extintos volvieron a encenderse en el fondo de su alma. Él conocía a la perfección la relación entre el caballero y ella.
El caballero se limitaba a mirarla, él no conocía la historia del príncipe, no quería conocerla, sabía que el primer amor siempre es el primero, pues incluso a él le costaba olvidar a su primero. Los ojos de él miraban con dulzura a la dama, sin intención alguna de persuasión.
La dama apretó los nudillos, miró los hermosos ojos del príncipe, quien con paciencia seguía extendiendo la mano hacia su persona, se volvió al caballero que con aquellos dulces ojos la miró. Alguien siempre la había amado, ambos la amaban ahora, pero sólo uno sería el dueño de su amor.
-Dime pequeña, ¿quieres casarte conmigo?- Soltó de repente el príncipe, frase que produjo en el caballero una exaltación.
Ella miró de nuevo a el caballero, los ojos que la miraban le indicaban de la manera más tierna que la decisión era totalmente suya.
-¿Casarme contigo?-dijo cabizbaja- Siempre lo deseé-. Tomó entonces la mano del príncipe, y ambos se dirigieron al carruaje, ella subió primero y el príncipe le siguió.
El caballero quedó solo, observando como el carruaje se alejaba, como la mujer a la que había amado con tanto fervor se iba con un hombre al que ni siquiera había conocido.
Esta dama eligió estar con un príncipe que la había amado y seguía haciéndolo, había elegido al hombre que la amaba menos, por el simple hecho de que él no hubiera comprendido la elección. Ella tenía el fervor, de que si el caballero y ella se amaban realmente, tal vez en la otra vida podrían encontrarse juntos, no él y su primer amor, no ella y el príncipe. Sólo el caballero y ella juntos, hasta la eternidad.